martes, 12 de junio de 2012

EL SILENCIO MILLONARIO


No sé si éramos un millón o no. Algún periódico lo puso. Sólo sé que éramos muchísimos. Durante la Santa Misa que celebró Su Santidad el Papa Benedicto XVI en el aeropuerto de Bresso, al norte de Milán, hubo dos ratos de oración silenciosa. Tras la petición de los fieles y tras la Comunión. Es difícil imaginar a un millón de personas en silencio absoluto, oyéndose tan solo el susurro del viento en las hojas de los árboles, y de vez en cuando el llanto de algún bebé. Impresiona. Viviendo como vivimos en una cultura ruidosa, donde parece que siempre tiene que haber ruido de fondo, ese silencio era casi místico. Tanta gente en contacto directo con Dios.
            Me dio que pensar ese silencio, y me hizo fijarme en otras cosas, mundanas todas. No había basura. Estamos acostumbrados a ver basura por todas partes cuando hay aglomeración de personas. No había. Cada uno se ocupaba de tirar su basura a las papeleras previstas a tal efecto. Ni una lata, ni botella ni papel por el suelo.
            La gente llevaba ropa adecuada al sitio. No había gente en calzonas de playa ni con camisetas escotadas. Ropa desenfadada, práctica, pero correcta.
            En las largas horas de espera, tanto el domingo antes de la Misa como el sábado antes del Encuentro de Testimonios, la gente pasaba el rato charlando y descansando. Los niños jugaban en grupos de amigos, a veces en juegos organizados por los padres, dependiendo de la edad. Pero no ví ni una maquinita de juego electrónico, que es el pan nuestro de cada día de casi todos los niños.
            No tenía miedo de dejar mi bolso desatendido cuando me alejaba de mi sitio. Ni yo, ni nadie. Estábamos seguros. Confiábamos el uno en otro. Éramos una gran familia.
            Estos pequeños detalles me dieron que pensar: Otra manera de hacer las cosas es posible. No tenemos porque ser arrastrados por la corriente imperante en la sociedad actual. Podemos y debemos ser diferentes.
            En otro orden de cosas: Milán disfrutaba con el Encuentro y con la presencia del Papa. Los balcones y calles estaban engalanados con cintas amarillas y blancas y con banderas vaticanas. La organización ha sido muy buena. Desalojar a tantas personas a las 10 de la noche del aeropuerto de Bresso resultó muy fácil con la buena coordinación de las autoridades civiles y los miles de voluntarios que, formando un cordón nos indicaban el camino a la estación de metro. A todos ellos un especial “¡Gracias!”
            ¿Que me llevo?
  • El ser antes que el tener. La teoría me la sabía, pero no había caído en que, como ha dicho el Papa, la primera construye, y la segunda termina por destruir.
  • El recordatorio de que es en la familia donde se experimenta, por primera vez, que la persona humana no ha sido creada para vivir encerrada en sí misma, sino en relación con los demás; y que por tanto ha de donarse a los demás.
  • También, en palabras del Papa, que el Paraíso ha de parecerse mucho a esa etapa de nuestra infancia cuando vivíamos plenamente felices arropados por nuestra familia, disfrutando de la confianza, alegría y amor.
  • Que como ciudadana que soy, he de pedir y exigirles a mis representantes políticos que sean conscientes de que son responsables del bien de todos y que eso incluye proteger a la familia, que es el bien máximo de la sociedad.
  • Me llamó mucho la atención la insistencia del Santo Padre en el descanso dominical. El domingo no es sólo el día del Señor. Es el día en que la familia, tras la semana de trabajo, puede estar reunida, conviviendo y disfrutando los unos de los otros. El trabajo de los domingos, que muchas veces no es imprescindible, dificulta ese rato de convivencia familiar.
  • El poder armonizar las tres dimensiones de nuestra existencia (familia, trabajo y  fiesta) es imprescindible para construir una sociedad más humana.
En fin, ha sido una experiencia muy enriquecedora y agradezco la oportunidad de poder haberla vivido. 
                                                                                                                                          Teresa Giertych