jueves, 22 de noviembre de 2012

CLAUSURA DE LA XXXIV SEMANA DE LA FAMILIA
HOMENAJE A MAXI Y PRUDEN

La XXXIV Semana de la Familia fue clausurada el 18 de novlembre por el Obispo de la Diócesis D. Rafael Zornoza Boy con una Eucaristía en la Santa y Apostólica Iglesia Catedral de Cádiz. El acto contó con la participación del Coro Hogares de Don Bosco y fueron invitadas a su asistencia todas las familias gaditanas.
       Durante estos últimos 34 años ininterrumpidos, la Comisión Diocesana de Pastoral Familiar, con la colaboración de movimientos y asociaciones familiares, ha propuesto a las familias reunirse para reflexionar sobre aquellos temas que le son propios, tales como la educación de los hijos y su formación en los valores humanos, morales y religiosos; la participación activa en las estructuras sociales para defender sus derechos; la búsqueda de soluciones a los problemas en los que vive la institución más valorada y quizás más maltratada, actualmente en España.
      Cada año, la semana se ha desarrollado con especial dedicación a un tema de gran actualidad. En esta ocasión el lema ha sido: Familia cristiana, transmite tu fe para hacerlo coincidir con la reciente proclamación del Año de la Fe por Benedicto XVI. Durante toda esta Semana en 11 ciudades de la Diócesis se ha reflexionado, desde distintas orientaciones la importancia de vivir y transmitir este valor fundamental para la persona. Esto ha tenido lugar en más de 50 ocasiones en diferentes parroquias, colegios, asociaciones civiles, etc de nuestra geografía, procurándose así el mayor acercamiento posible a todo ciudadano.
       Para tan largo y continuado recorrido, la Delegación de Pastoral Diócesana, ha contado con una Comisión Organizadora de la Semana de la Familia con participación de distintos movimientos, coordinada con una representación en cada localidad y la colaboración entusiasta de numerosísimos movimientos e instituciones de la Iglesia que siempre han ofrecido lo mejor de sus estructuras para acoger alguna de las actividades de cada Semana. También debe ser reconocida la aportación sabia y prudente que ha desarrollado en todo momento el Consiliario de la Delegación, P. Enrique Arroyo.
      Pero sobre todo ha sido posible por el tesón y la entrega de Maximiliano de la Vega y Prudencia Alonso, matrimonio bien conocido en nuestra Diócesis por Maxi y Pruden, motor y auténticos artífices de la elaboración y desarrollo de las 34 Semanas de la Familia.
                                             
      Desde su pertenencia al Movimiento Familiar Cristiano, primero, y posteriormente en la Delegación de Pastoral Familiar que dirigieron durante toda la vigencia pastoral de los dos obispos anteriores, Maxi y Pruden han estado entregados en cuerpo y alma a la tarea de Evangelización de la familia, en la que La Semana de la Familia es una de sus aportaciones importantes pero no la única. Recordemos las Jornadas y Festivales de Familia, Organización de los Cursos de Preparación al Matrimonio, Creación de dos Centros de Orientación Familiar, formación de grupos de matrimonios…. Todo ello les llevó a viajes continuos de un extremo a otro la Diócesis y a visitar a la mayoría de los sacerdotes entre los que cuentan con una gran estima.
      A nivel nacional también han tenido importantes intervenciones. Dentro del Movimiento Familiar Cristiano, llegaron a ostentar la Presidencia Nacional y en las reuniones de la Subcomisión de Familia y Vida, de la Conferencia Episcopal, a la que han asistido anualmente, se encuentran entre los decanos.
      Como reconocimiento a su entrega y labor en la Iglesia, S.S. el Papa Benedicto XVI, tuvo a bien distinguirlos, el pasado año, con la Cruz Pro Eclessia et Pontifice.
      Por todo ello, el Obispo de la Diócesis, D. Rafael Zornoza, ha querido que esta clausura de la Semana de la Familia sea también un homenaje como reconocimiento a quienes han sido sus principales artífices.

                                                                                         Miguel Angel de la Huerga

martes, 12 de junio de 2012

EL SILENCIO MILLONARIO


No sé si éramos un millón o no. Algún periódico lo puso. Sólo sé que éramos muchísimos. Durante la Santa Misa que celebró Su Santidad el Papa Benedicto XVI en el aeropuerto de Bresso, al norte de Milán, hubo dos ratos de oración silenciosa. Tras la petición de los fieles y tras la Comunión. Es difícil imaginar a un millón de personas en silencio absoluto, oyéndose tan solo el susurro del viento en las hojas de los árboles, y de vez en cuando el llanto de algún bebé. Impresiona. Viviendo como vivimos en una cultura ruidosa, donde parece que siempre tiene que haber ruido de fondo, ese silencio era casi místico. Tanta gente en contacto directo con Dios.
            Me dio que pensar ese silencio, y me hizo fijarme en otras cosas, mundanas todas. No había basura. Estamos acostumbrados a ver basura por todas partes cuando hay aglomeración de personas. No había. Cada uno se ocupaba de tirar su basura a las papeleras previstas a tal efecto. Ni una lata, ni botella ni papel por el suelo.
            La gente llevaba ropa adecuada al sitio. No había gente en calzonas de playa ni con camisetas escotadas. Ropa desenfadada, práctica, pero correcta.
            En las largas horas de espera, tanto el domingo antes de la Misa como el sábado antes del Encuentro de Testimonios, la gente pasaba el rato charlando y descansando. Los niños jugaban en grupos de amigos, a veces en juegos organizados por los padres, dependiendo de la edad. Pero no ví ni una maquinita de juego electrónico, que es el pan nuestro de cada día de casi todos los niños.
            No tenía miedo de dejar mi bolso desatendido cuando me alejaba de mi sitio. Ni yo, ni nadie. Estábamos seguros. Confiábamos el uno en otro. Éramos una gran familia.
            Estos pequeños detalles me dieron que pensar: Otra manera de hacer las cosas es posible. No tenemos porque ser arrastrados por la corriente imperante en la sociedad actual. Podemos y debemos ser diferentes.
            En otro orden de cosas: Milán disfrutaba con el Encuentro y con la presencia del Papa. Los balcones y calles estaban engalanados con cintas amarillas y blancas y con banderas vaticanas. La organización ha sido muy buena. Desalojar a tantas personas a las 10 de la noche del aeropuerto de Bresso resultó muy fácil con la buena coordinación de las autoridades civiles y los miles de voluntarios que, formando un cordón nos indicaban el camino a la estación de metro. A todos ellos un especial “¡Gracias!”
            ¿Que me llevo?
  • El ser antes que el tener. La teoría me la sabía, pero no había caído en que, como ha dicho el Papa, la primera construye, y la segunda termina por destruir.
  • El recordatorio de que es en la familia donde se experimenta, por primera vez, que la persona humana no ha sido creada para vivir encerrada en sí misma, sino en relación con los demás; y que por tanto ha de donarse a los demás.
  • También, en palabras del Papa, que el Paraíso ha de parecerse mucho a esa etapa de nuestra infancia cuando vivíamos plenamente felices arropados por nuestra familia, disfrutando de la confianza, alegría y amor.
  • Que como ciudadana que soy, he de pedir y exigirles a mis representantes políticos que sean conscientes de que son responsables del bien de todos y que eso incluye proteger a la familia, que es el bien máximo de la sociedad.
  • Me llamó mucho la atención la insistencia del Santo Padre en el descanso dominical. El domingo no es sólo el día del Señor. Es el día en que la familia, tras la semana de trabajo, puede estar reunida, conviviendo y disfrutando los unos de los otros. El trabajo de los domingos, que muchas veces no es imprescindible, dificulta ese rato de convivencia familiar.
  • El poder armonizar las tres dimensiones de nuestra existencia (familia, trabajo y  fiesta) es imprescindible para construir una sociedad más humana.
En fin, ha sido una experiencia muy enriquecedora y agradezco la oportunidad de poder haberla vivido. 
                                                                                                                                          Teresa Giertych

miércoles, 2 de mayo de 2012

ESPIRITUALIDAD CONYUGAL


I
mporta mucho no equivocar el concepto y la vivencia de la espiritualidad, porque con ello equivocamos nuestra concepción cristiana de la vida. La espiritualidad no afecta a una esfera reducida de nuestra existencia, sino que constituye su sentido más profundo y decisivo.
         La espiritualidad cristiana es la presencia viva y operante del Espíritu, que transforma internamente y dinamiza la vida, las actitudes y actividades de todas las personas, las comunidades y las instituciones cristianas. Es el Espíritu que nos hace hijos y hermanos, que actualiza en nosotros el amor y realiza la humanidad nueva. Todos somos llamados a la santidad, todos llamados a vivir una espiritualidad plena. La espiritualidad cristiana, por lo tanto, es la vida según el Espíritu, la vida en el Espíritu, la vida por el Espíritu. La espiritualidad invade a la persona entera, la persona existe en el mundo y en la sociedad que le ha tocado vivir, sin compartimentos estancos.
         Toda espiritualidad cristiana se realiza en el seguimiento de Jesucristo. Su persona, su vida, su mensaje, las Bienaventuranzas del Reino, configuran toda espiritualidad.
         El seguimiento e imitación de Cristo se expresa de forma original en la vida matrimonial. El matrimonio determina una manera peculiar de existencia y experiencia cristiana y por ello de espiritualidad.
La espiritualidad matrimonial podría definirse como el camino por el que el hombre y la mujer unidos en matrimonio-sacramento, crecen juntos en la fe, en la esperanza y en la caridad y testimonian a los otros, a los hijos y al mundo, el amor de Cristo que salva. (Diccionario de espiritualidad, pag. 543).
         La característica más específica de la espiritualidad conyugal es esta: Es una espiritualidad en pareja. Por ello el itinerario espiritual deberá ser realizado en pareja; el amor de Cristo a su Iglesia deberá estar significado y vivido en la experiencia conyugal, en la unidad de la pareja, en la donación mutua, en el amor definitivo e indisoluble y fecundo, en la fidelidad permanente y creciente.
         Los dos juntos son llamados a testimoniar el amor, la unidad, la fidelidad mutua y a construir con su testimonio de vida, sus obras y palabras, la unidad y el amor entre los hombres. La espiritualidad en pareja, no obstante, no anula ni oscurece la experiencia personal de la fe. Compartir la vida, compartir la experiencia de Dios, no exige estar siempre juntos en el trabajo, en las prácticas religiosas, …Siempre, no obstante, será deseable realizar juntos aquello que sea posible y conduzca tanto a un mayor bien de la pareja, como a un mejor testimonio de unidad matrimonial, y siempre habrá que casarlo todo.
         Los casados viven en el mundo, es decir, en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones del mundo y en las condiciones ordinarias de su vida familiar y social con las que su existencia está entretejida. Allí están llamados por Dios para qué, desempeñando su propia profesión, guiados por el espíritu evangélico contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro.
         Nadie se casa para separarse del mundo, sino para vivirlo y enriquecerlo. El mundo es lugar teológico ordinario para los casados. De la misma manera la valoración del cuerpo y la sexualidad en toda su plenitud forman parte de esta misma espiritualidad. La paternidad y la maternidad introducen unas condiciones y un estilo de vida en Cristo, que enriquecen y determinan la espiritualidad familiar del matrimonio.
         El matrimonio debe ser lugar de experiencia de Dios, que es familia; de comunión de vida y bienes; del compartir; del amor hecho vida compartida. Y desde el matrimonio así vivido surgirá una nueva energía transformadora creando un mundo más fraternal y comunitario.
                                                 (De la ponencia: Espiritualidad conyugal, P. Ignacio Egurza, 24/06/1989)

martes, 1 de mayo de 2012

IGNACIO EGURZA EL BUSTO

Ignacio Egurza nació en Mendigorría  (Navarra) el  17 de Diciembre de 1928. A  los  once meses de edad pasó a vivir en Grocin, localidad en la que crecería. Tuvo siete hermanos: Jesús, Ángel, Emilia, María Victoria, Juan Cruz, Celestino y José Javier. Él era el primogénito. Ingresó en el Seminario de Pamplona y fue ordenado Sacerdote el  22 de Julio  de 1951. Trabaja como coadjutor y párroco en la Diócesis de Pamplona  en Villafranca, El Valle de Urraúl Alto, Ayechu, Elcoaz y Abáigar.
       En 1959 pide trasladarse a la Diócesis de Cádiz y Ceuta y es nombrado capellán en el Poblado de Sancti Petri (Chiclana).
         En la Diócesis gaditana ocupa los cargos de:
             ·        Consiliario de Acción Católica
             ·        Director de Cursillos de Cristiandad
             ·        Delegado Episcopal de Apostolado Seglar
             ·        Director y fundador de la Escuela de Teología
            Se licencia en teología en Vitoria  en 1974.  Este mismo año es nombrado Vicario General de la Diócesis por el Obispo Antonio Dorado Soto. Fue Consiliario Diocesano (y posteriormente Nacional) del Movimiento Familiar Cristiano.
         También  ejerció como Responsable del  Diaconado Permanente, Capellán de las Religiosas de María Inmaculada  y Promotor-animador del Plan de Renovación Diocesano.
       Cada año Ignacio viajaba a Grocin en Semana Santa, verano y Navidad para pasar unos días con su madre y su familia. También solia visitar a sus familiares de Mendigorría. 
      Su espíritu de servicio, disponibilidad, entrega y amor le hicieron acreedor de cientos de amigos. Era un hombre de Dios para los hombres. La sencillez de sus homilias y enseñanzas, claras, próximas y vividas era el fruto de una preparación profunda, minuciosa y muy elaborada. Ignacio irradiaba sencillez y paz pero al mismo tiemppo sabiduría y testimonio.
        Falleció en Cádiz el 17 de Mayo de 1992 a los 63 años de edad, a consecuencia de un infarto de miocardio. Al funeral en la Catedral de Cádiz asistieron 148 sacerdotes diocesanos y las primeras autoridades civiles y militares (D. Carlos Díaz como Alcalde). El Pendón de Cádiz ondeó a media asta en el Ayuntamiento.
        Su cuerpo fue trasladado a Grocin (Navarra), donde residía su madre y familia, para ser enterrado en el cementerio de la localidad. Fue acompañado desde Cádiz por el Obispo Antonio Dorado y un nutrido grupo de gaditanos. La explanada del templo de Grocín fue habilitada por sus 50 vecinos para celebrar la misa de corpore insepulto. La reducida Iglesia sirvió en esta ocasión como sacristía a los 150 sacerdotes que concelebraron la Eucaristia con los obispos de Cádiz y Pamplona. Tras el funeral se procedió al entierro en el pequeño cementerio de Grocin. La humilde tunba, sin mármoles ni losas, quedó cubierta de flores
(Datos facilitados por Maximiliano de la Vega y Pruden Alonso)