miércoles, 2 de mayo de 2012

ESPIRITUALIDAD CONYUGAL


I
mporta mucho no equivocar el concepto y la vivencia de la espiritualidad, porque con ello equivocamos nuestra concepción cristiana de la vida. La espiritualidad no afecta a una esfera reducida de nuestra existencia, sino que constituye su sentido más profundo y decisivo.
         La espiritualidad cristiana es la presencia viva y operante del Espíritu, que transforma internamente y dinamiza la vida, las actitudes y actividades de todas las personas, las comunidades y las instituciones cristianas. Es el Espíritu que nos hace hijos y hermanos, que actualiza en nosotros el amor y realiza la humanidad nueva. Todos somos llamados a la santidad, todos llamados a vivir una espiritualidad plena. La espiritualidad cristiana, por lo tanto, es la vida según el Espíritu, la vida en el Espíritu, la vida por el Espíritu. La espiritualidad invade a la persona entera, la persona existe en el mundo y en la sociedad que le ha tocado vivir, sin compartimentos estancos.
         Toda espiritualidad cristiana se realiza en el seguimiento de Jesucristo. Su persona, su vida, su mensaje, las Bienaventuranzas del Reino, configuran toda espiritualidad.
         El seguimiento e imitación de Cristo se expresa de forma original en la vida matrimonial. El matrimonio determina una manera peculiar de existencia y experiencia cristiana y por ello de espiritualidad.
La espiritualidad matrimonial podría definirse como el camino por el que el hombre y la mujer unidos en matrimonio-sacramento, crecen juntos en la fe, en la esperanza y en la caridad y testimonian a los otros, a los hijos y al mundo, el amor de Cristo que salva. (Diccionario de espiritualidad, pag. 543).
         La característica más específica de la espiritualidad conyugal es esta: Es una espiritualidad en pareja. Por ello el itinerario espiritual deberá ser realizado en pareja; el amor de Cristo a su Iglesia deberá estar significado y vivido en la experiencia conyugal, en la unidad de la pareja, en la donación mutua, en el amor definitivo e indisoluble y fecundo, en la fidelidad permanente y creciente.
         Los dos juntos son llamados a testimoniar el amor, la unidad, la fidelidad mutua y a construir con su testimonio de vida, sus obras y palabras, la unidad y el amor entre los hombres. La espiritualidad en pareja, no obstante, no anula ni oscurece la experiencia personal de la fe. Compartir la vida, compartir la experiencia de Dios, no exige estar siempre juntos en el trabajo, en las prácticas religiosas, …Siempre, no obstante, será deseable realizar juntos aquello que sea posible y conduzca tanto a un mayor bien de la pareja, como a un mejor testimonio de unidad matrimonial, y siempre habrá que casarlo todo.
         Los casados viven en el mundo, es decir, en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones del mundo y en las condiciones ordinarias de su vida familiar y social con las que su existencia está entretejida. Allí están llamados por Dios para qué, desempeñando su propia profesión, guiados por el espíritu evangélico contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro.
         Nadie se casa para separarse del mundo, sino para vivirlo y enriquecerlo. El mundo es lugar teológico ordinario para los casados. De la misma manera la valoración del cuerpo y la sexualidad en toda su plenitud forman parte de esta misma espiritualidad. La paternidad y la maternidad introducen unas condiciones y un estilo de vida en Cristo, que enriquecen y determinan la espiritualidad familiar del matrimonio.
         El matrimonio debe ser lugar de experiencia de Dios, que es familia; de comunión de vida y bienes; del compartir; del amor hecho vida compartida. Y desde el matrimonio así vivido surgirá una nueva energía transformadora creando un mundo más fraternal y comunitario.
                                                 (De la ponencia: Espiritualidad conyugal, P. Ignacio Egurza, 24/06/1989)

martes, 1 de mayo de 2012

IGNACIO EGURZA EL BUSTO

Ignacio Egurza nació en Mendigorría  (Navarra) el  17 de Diciembre de 1928. A  los  once meses de edad pasó a vivir en Grocin, localidad en la que crecería. Tuvo siete hermanos: Jesús, Ángel, Emilia, María Victoria, Juan Cruz, Celestino y José Javier. Él era el primogénito. Ingresó en el Seminario de Pamplona y fue ordenado Sacerdote el  22 de Julio  de 1951. Trabaja como coadjutor y párroco en la Diócesis de Pamplona  en Villafranca, El Valle de Urraúl Alto, Ayechu, Elcoaz y Abáigar.
       En 1959 pide trasladarse a la Diócesis de Cádiz y Ceuta y es nombrado capellán en el Poblado de Sancti Petri (Chiclana).
         En la Diócesis gaditana ocupa los cargos de:
             ·        Consiliario de Acción Católica
             ·        Director de Cursillos de Cristiandad
             ·        Delegado Episcopal de Apostolado Seglar
             ·        Director y fundador de la Escuela de Teología
            Se licencia en teología en Vitoria  en 1974.  Este mismo año es nombrado Vicario General de la Diócesis por el Obispo Antonio Dorado Soto. Fue Consiliario Diocesano (y posteriormente Nacional) del Movimiento Familiar Cristiano.
         También  ejerció como Responsable del  Diaconado Permanente, Capellán de las Religiosas de María Inmaculada  y Promotor-animador del Plan de Renovación Diocesano.
       Cada año Ignacio viajaba a Grocin en Semana Santa, verano y Navidad para pasar unos días con su madre y su familia. También solia visitar a sus familiares de Mendigorría. 
      Su espíritu de servicio, disponibilidad, entrega y amor le hicieron acreedor de cientos de amigos. Era un hombre de Dios para los hombres. La sencillez de sus homilias y enseñanzas, claras, próximas y vividas era el fruto de una preparación profunda, minuciosa y muy elaborada. Ignacio irradiaba sencillez y paz pero al mismo tiemppo sabiduría y testimonio.
        Falleció en Cádiz el 17 de Mayo de 1992 a los 63 años de edad, a consecuencia de un infarto de miocardio. Al funeral en la Catedral de Cádiz asistieron 148 sacerdotes diocesanos y las primeras autoridades civiles y militares (D. Carlos Díaz como Alcalde). El Pendón de Cádiz ondeó a media asta en el Ayuntamiento.
        Su cuerpo fue trasladado a Grocin (Navarra), donde residía su madre y familia, para ser enterrado en el cementerio de la localidad. Fue acompañado desde Cádiz por el Obispo Antonio Dorado y un nutrido grupo de gaditanos. La explanada del templo de Grocín fue habilitada por sus 50 vecinos para celebrar la misa de corpore insepulto. La reducida Iglesia sirvió en esta ocasión como sacristía a los 150 sacerdotes que concelebraron la Eucaristia con los obispos de Cádiz y Pamplona. Tras el funeral se procedió al entierro en el pequeño cementerio de Grocin. La humilde tunba, sin mármoles ni losas, quedó cubierta de flores
(Datos facilitados por Maximiliano de la Vega y Pruden Alonso)