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mporta mucho no equivocar el
concepto y la vivencia de la espiritualidad, porque con ello equivocamos
nuestra concepción cristiana de la vida. La espiritualidad no afecta a una
esfera reducida de nuestra existencia, sino que constituye su sentido más profundo
y decisivo.
Toda espiritualidad cristiana se realiza en el seguimiento
de Jesucristo. Su persona, su vida, su mensaje, las Bienaventuranzas del Reino,
configuran toda espiritualidad.
El seguimiento e imitación de Cristo se expresa de forma
original en la vida matrimonial. El matrimonio determina una manera peculiar de
existencia y experiencia cristiana y por ello de espiritualidad.
La
espiritualidad matrimonial podría definirse como el camino por el que el hombre
y la mujer unidos en matrimonio-sacramento, crecen juntos en la fe, en la
esperanza y en la caridad y testimonian a los otros, a los hijos y al mundo, el
amor de Cristo que salva.
(Diccionario de espiritualidad, pag. 543).
La característica más específica de la espiritualidad
conyugal es esta: Es una espiritualidad en pareja. Por ello el itinerario
espiritual deberá ser realizado en pareja; el amor de Cristo a su Iglesia
deberá estar significado y vivido en la experiencia conyugal, en la unidad de
la pareja, en la donación mutua, en el amor definitivo e indisoluble y fecundo,
en la fidelidad permanente y creciente.
Los dos juntos son llamados a testimoniar el amor, la
unidad, la fidelidad mutua y a construir con su testimonio de vida, sus obras y
palabras, la unidad y el amor entre los hombres. La espiritualidad en pareja, no
obstante, no anula ni oscurece la experiencia personal de la fe. Compartir la
vida, compartir la experiencia de Dios, no exige estar siempre juntos en el
trabajo, en las prácticas religiosas, …Siempre, no obstante, será deseable realizar
juntos aquello que sea posible y conduzca tanto a un mayor bien de la pareja,
como a un mejor testimonio de unidad matrimonial, y siempre habrá que casarlo todo.
Los casados viven en
el mundo, es decir, en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones del
mundo y en las condiciones ordinarias de su vida familiar y social con las que
su existencia está entretejida. Allí están llamados por Dios para qué,
desempeñando su propia profesión, guiados por el espíritu evangélico
contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro.
Nadie se casa para separarse del mundo, sino para vivirlo y
enriquecerlo. El mundo es lugar teológico ordinario para los casados. De la
misma manera la valoración del cuerpo y la sexualidad en toda su plenitud
forman parte de esta misma espiritualidad. La paternidad y la maternidad
introducen unas condiciones y un estilo de vida en Cristo, que enriquecen y
determinan la espiritualidad familiar del matrimonio.
El matrimonio debe ser lugar de experiencia de Dios, que es
familia; de comunión de vida y bienes; del compartir; del amor hecho vida
compartida. Y desde el matrimonio así vivido surgirá una nueva energía transformadora
creando un mundo más fraternal y comunitario.
(De la ponencia: Espiritualidad conyugal, P. Ignacio Egurza, 24/06/1989)
(De la ponencia: Espiritualidad conyugal, P. Ignacio Egurza, 24/06/1989)
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