No
sé si éramos un millón o no. Algún periódico lo puso. Sólo sé que éramos
muchísimos. Durante la
Santa Misa que celebró Su Santidad el Papa Benedicto XVI en
el aeropuerto de Bresso, al norte de Milán, hubo dos ratos de oración
silenciosa. Tras la petición de los fieles y tras la Comunión. Es difícil imaginar a
un millón de personas en silencio absoluto, oyéndose tan solo el susurro del
viento en las hojas de los árboles, y de vez en cuando el llanto de algún bebé.
Impresiona. Viviendo como vivimos en una cultura ruidosa, donde parece que
siempre tiene que haber ruido de fondo, ese silencio era casi místico. Tanta
gente en contacto directo con Dios.
Me dio que pensar ese silencio, y me
hizo fijarme en otras cosas, mundanas todas. No había basura. Estamos acostumbrados
a ver basura por todas partes cuando hay aglomeración de personas. No había.
Cada uno se ocupaba de tirar su basura a las papeleras previstas a tal efecto.
Ni una lata, ni botella ni papel por el suelo.
La gente llevaba ropa adecuada al
sitio. No había gente en calzonas de playa ni con camisetas escotadas. Ropa
desenfadada, práctica, pero correcta.
En las
largas horas de espera, tanto el domingo antes de la Misa como el sábado antes del
Encuentro de Testimonios, la gente pasaba el rato charlando y descansando. Los
niños jugaban en grupos de amigos, a veces en juegos organizados por los
padres, dependiendo de la edad. Pero no ví ni una maquinita de juego
electrónico, que es el pan nuestro de cada día de casi todos los niños.
No tenía miedo de dejar mi bolso
desatendido cuando me alejaba de mi sitio. Ni yo, ni nadie. Estábamos seguros.
Confiábamos el uno en otro. Éramos una gran familia.
Estos
pequeños detalles me dieron que pensar: Otra manera de hacer las cosas es
posible. No tenemos porque ser arrastrados por la corriente imperante en la
sociedad actual. Podemos y debemos ser diferentes.
En otro orden de cosas: Milán
disfrutaba con el Encuentro y con la presencia del Papa. Los balcones y calles
estaban engalanados con cintas amarillas y blancas y con banderas vaticanas. La
organización ha sido muy buena. Desalojar a tantas personas a las 10 de la
noche del aeropuerto de Bresso resultó muy fácil con la buena coordinación de
las autoridades civiles y los miles de voluntarios que, formando un cordón nos
indicaban el camino a la estación de metro. A todos ellos un especial
“¡Gracias!”
¿Que me llevo?
- El ser antes que el tener. La teoría me la sabía, pero no había caído en que, como ha dicho el Papa, la primera construye, y la segunda termina por destruir.
- El recordatorio de que es en la familia donde se experimenta, por primera vez, que la persona humana no ha sido creada para vivir encerrada en sí misma, sino en relación con los demás; y que por tanto ha de donarse a los demás.
- También, en palabras del Papa, que el Paraíso ha de parecerse mucho a esa etapa de nuestra infancia cuando vivíamos plenamente felices arropados por nuestra familia, disfrutando de la confianza, alegría y amor.
- Que como ciudadana que soy, he de pedir y exigirles a mis representantes políticos que sean conscientes de que son responsables del bien de todos y que eso incluye proteger a la familia, que es el bien máximo de la sociedad.
- Me llamó mucho la atención la insistencia del Santo Padre en el descanso dominical. El domingo no es sólo el día del Señor. Es el día en que la familia, tras la semana de trabajo, puede estar reunida, conviviendo y disfrutando los unos de los otros. El trabajo de los domingos, que muchas veces no es imprescindible, dificulta ese rato de convivencia familiar.
- El poder armonizar las tres dimensiones de nuestra existencia (familia, trabajo y fiesta) es imprescindible para construir una sociedad más humana.
En
fin, ha sido una experiencia muy enriquecedora y agradezco la oportunidad de
poder haberla vivido.
Teresa Giertych
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